viernes, 16 de marzo de 2012

Andrecito Cepeda


¿Te acordás hermano, la Rubia Mireya, que quité en lo de Hansen al loco Cepeda?
Tajo corto, rápido, rojo y rápido. Supo –y no dijo, podrían haber sido sus últimas palabras pero no, los tangos hablarían de eso– por qué el cuchillo se le hundía en la ingle. La placita de México y Paseo Colón quedó desierta.
Rápida, roja y corta la extrema discusión. Todavía no eran las seis de la mañana del 30 de marzo de 1910. A los cuatro que venían con él se les hizo fácil perderse en la ciudad antes de que el sol los delatase. Dos se fueron por México hacia el oeste. Los otros dos, entre los que iba el matador, se perdieron por la zona de los diques. Habían salido, minutos antes, del café La Loba Chica donde habían pasado toda la noche.
Los tres marineros ingleses que pasaban por ahí de casualidad, vieron todo y nunca sabrían el porqué de esos insistentes cuchillazos buscando la ingle del adversario. No había un lunfardo que les explicase que esa era la costumbre que tenían los homosexuales cuando, debido a cuestiones de honor, protagonizaban una pelea con cuchillo.
A la ingle.
A la sangre del sexo.
Los ingleses le avisaron a Juan Quintana, vigilante de la esquina de Venezuela y Paseo Colón. Cuando Quintana llegó corriendo encontró el charco de sangre, a él en el medio y enseguida supo que estaba frente a Andrés Cepeda.
Lo había visto en innumerables rondas de reconocimiento. Andrés era uno de los fichados por el “manyamiento”. Respiraba, todavía, Cepeda, pero la vida se le iba de a borbotones. Quintana preguntó nombres, motivos, datos.
Andrés respiraba difícil, pero respiraba. Sin embargo no habló, su mano izquierda se abrió por última vez. Cayó el cuchillo.
Había muerto.


Andrecito Cepeda


No hay comentarios:

Publicar un comentario